viernes, 1 de julio de 2011

Un acto solipsista

Se suelta, se ve soltar; y cae. Cae estrépito. Cae incierto. Dibuja la caída entre la irregularidad de los tumbos como una geografía insensata pero inevitable. El aire pasa, por él que pasa, que vuelve cayendo por mirar y se confunde con los escombros que su sombra contra el piso diversifica. Abajo están los axiomas defensivos, los relatos explicativos, los relatos que escuchó como las exequias de la subsistencia. Entonces estira los huesos, las estructuras más elementales, la vegetación y sus opacidades, y las deja atravesar por el aire que lo abraza, que lo cubre y estalla, y se sumerge. Y entonces cae sin trampas, más allá de las excusas usualmente elegidas para atestiguar cualquier caída. Y se convierte en la misma agitación que lo sostiene hacia el suelo. Gira, y se permite escrutar el espacio que ahora es él. Es el agujero, ahora él es la forma de ese agujero, y como un frenesí sin fin alguno alcanza a percibirse sin temor. Se escucha el golpe…, y luego un estruendo infinito que durará lo que su escandaloso arrebato tarde en deshacerse nuevamente.

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