viernes, 28 de agosto de 2009

El resplandor

El desayuno estaba listo. En el cuarto su cuerpo trababa la puerta. Con un leve esfuerzo fue suficiente y el cuerpo terminó de completarse. La insistencia llevó una de sus manos hasta la pata de la cama. Las caderas cubrían un bulto de ropa sucia y desde ese ángulo de la habitación las sombras de las piernas alcanzaban los vidrios rotos, la cortina caída, el vestido de anoche y la foto de Baltimore, que asustado observaba desde el placard, con ganas de jugar, los pigmentos de sangre, la mandíbula desencajada y la sien, explícita y absoluta. El sol inundaba sus omóplatos. El café se enfriaba y los pájaros se habían amontonado sobre un cable, como testigos inoperantes, de esa inoperancia. Salí a comprar trapos para limpiar ese Pollock barato. Uno de los pájaros me siguió, y esperó, intuyendo la diversidad de ese montaje natural. Al volver recordé que el día anterior habían cortado el agua. Puse los trapos sobre esa alfombra del arte moderno y de vuelta en la cocina terminé mi café. Al mediodía, tenía cuentas por resolver.