jueves, 16 de julio de 2009

Una correspondencia

Se lo ve feliz. Enmarañado en lo que por delante se le muestra. Allí está su hijo, pequeño mundo desdoblado y sigiloso. Juegan con una pelota sobre la piedra mientras sobre sus rostros construyen sus risas, propias de una correspondencia casi invencible. A sus lados otros hacen lo mismo. Y las pelotas se cruzan y se mezclan, y ellos las devuelven sin ninguna palabra, esperando volver a su ensimismamiento anterior. Juegan y repiten el juego hasta que la pelota se escapa más allá de sus tierras, y el niño decide perderse en ese magma que la pelota había encontrado al ir y venir, sobre un banco, con las hojas por delante, bajo el efecto de unos remolinos inventados por el viento, con el rostro acariciado, endemoniado y poseso. El padre saca fotos. Quiere detener ese monumental congelamiento.

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